Piénsalo..

"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas." Pablo Neruda

martes, 10 de noviembre de 2009

Porque tenemos que ser responsables con la sociedad y nuestros jóvenes. El aborto.


DIARIO DE SEVILLA

Mariló Montero

Me gustaría saber la identidad de los nueve expertos en los que la ministra Bibiana Aído se escuda para defender que una niña de dieciséis años puede abortar sin consultar con sus padres.
Me gustaría saber de qué son expertos y si son padres y madres. Me gustaría saber en qué se fundamentan para decir que dejar tan dramática decisión en manos de una adolescente aterrada es lo mejor para ella. Me gustaría saber si se han parado a pensar que esa criatura, tras mantener una relación sexual precipitada, va a empezar a sufrir lo que la literatura científica ya ha diagnosticado ante un aborto.
El síndrome de aborto reúne quince síntomas psicológicos que van desde la angustia al sentimiento de culpabilidad, la ansiedad, los terrores nocturnos, la depresión, los trastornos de alimentación o de la vida sexual. Síntomas que pueden llegar a aparecer, dicen los psicólogos de la Asociación de Víctimas del Aborto, incluso años después de haber abortado.
Me gustaría saber con qué valor lanza la joven ministra Aído, con una sonrisa, como quien anuncia un anticonceptivo novedoso, que una niña de dieciséis años está tan capacitada para abortar como para casarse. Una niña de dieciséis años no está capacitada para abortar ni para casarse, por mucho que se esté normalizando lo que son parches en la vida. Una cosa es que lo haga y otra bien distinta la sacudida que la vida le da a una adolescente casada, quien sale adelante gracias a los apoyos de la familia.
Me gustaría saber quién le va a informar a una adolescente de dieciséis años de que si se queda preñada puede abortar sin decírselo a los padres y también en quién se va a apoyar ante semejante circunstancia. ¿En la mamá-administración, o en su mejor amiga, con la que intercambia los vaqueros e inventa en su habitación coreografías de Beyoncé? Me gustaría saber si esos expertos conocen lo que es ser padres y las complicaciones a las que nos enfrentamos para conquistar la confianza de nuestros hijos en la difícil adolescencia.
Me gustaría saber el protocolo de actuación que se llevará a cabo cuando una niña de dieciséis años acuda al centro para abortar y cómo será tratada. Me gustaría saber qué pretenden con esta propuesta de ley, que autoriza a que se rompa la confianza entre hijos y padres. Y me gustaría saber qué se pretende de los padres el día que nuestra hija decidiera abortar en soledad. ¿La recibimos con un aplauso? ¿Le damos sopa caliente? ¿Le preguntamos si llegó a ponerle nombre? ¿O quién habría sido el padre? ¿Debemos obviar el tema, o celebrarlo con una barbacoa? ¿Trae esas instrucciones la nueva reforma de la ley del aborto? Una cuestión más: ¿meterán en la cárcel a una madre que le discuta esa decisión a su hija adolescente? O es la ley del "no se lo digas a mamá porque no la necesitas". Señorita Aído, me gustaría saber si mi hija ha abortado sola.

Porque soy su madre.

miércoles, 7 de octubre de 2009

IDA Y VUELTA.......Desolación de volver

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Publicado en “El país”

05/09/2009



Desde una esquina en la zona de sombra en la que me he apoyado para leer el periódico miro la plaza que he recordado e imaginado tantas veces, la que está igual de arraigada en mi memoria infantil que en los mundos de ficción que he ido inventando a lo largo de mi vida, hasta el punto de que a veces ni yo mismo sé distinguir en qué medida estoy invocando un recuerdo verdadero o proyectando sobre el pasado un episodio de novela. Vista con ojos objetivos, la plaza no tiene nada o casi nada de extraordinario, salvo la torre del reloj, que forma parte de una muralla medieval. Es una plaza austera, menos andaluza que castellana, con soportales en dos lados, con edificios poco memorables que sin embargo, en conjunto, dan una modesta impresión de carácter, de lugar verdadero. En los soportales solía haber carritos en los que se vendían pipas, cacahuetes tostados, pequeños juguetes; también se vendían y se alquilaban tebeos. Había una farmacia, una tienda de lanas, un almacén de tejidos, la sede de un banco en el que trabajaba de cajero el padre de un amigo mío. Íbamos a verlo y estaba detrás de su ventanilla con barrotes dorados, y a mí me impresionaba lo blancas que eran sus manos, por contraste con las de mi padre, y la velocidad asombrosa a la que contaba los billetes.

En la zona central de la plaza se levanta sobre una base de figuras alegóricas talladas en piedra la estatua en bronce del general Saro, picoteada de agujeros de disparos. En los primeros años veinte el general Saro dirigió no sé qué campaña victoriosa en la guerra de Marruecos; en el verano de 1936 un pelotón anarquista lo fusiló en efigie, dado que ya estaba muerto. Durante años, con motivo de alguna de las muchas reformas que la plaza ha padecido, la estatua desapareció, porque algún analfabeto con cargo municipal -en la política española el analfabetismo es un mérito casi tan valorado como la desvergüenza- debió de pensar que siendo de un militar tenía que ser de un militar franquista. Me cuentan que se pensó sustituirla por una escultura más acorde con los nuevos tiempos de reglamentaria cultura andaluza, un monumento al penitente. El general Saro sobrevivió, dramático y sereno, con sus agujeros negros de disparos en la cabeza y en el pecho y su mirada hacia el sur, pero a su alrededor la plaza que desde hace mucho ya no lleva su nombre fue sometida a una de esas modernizaciones que gustan tanto a las autoridades locales: de los jardines, de los bancos, de las acacias y los aligustres sobre cuyas copas sobresalía la cabeza del general no quedó ni rastro, si bien en su lugar se pusieron unos coquetos maceteros de hierro forjado con la "U" de Úbeda artísticamente inscrita en cada uno de ellos, y se coronó todo con la boca enorme de un aparcamiento subterráneo y con la torre del ascensor correspondiente.

La primera vez que vi lo que habían hecho con esa plaza que era el corazón de mi ciudad se me puso en la garganta un nudo de congoja. Ahora vuelvo y la miro y la costumbre no mitiga el escándalo. Con la lógica peculiar de la renovación urbana, se ha considerado que en una ciudad donde hay varios meses de calores saharianos su plaza central no necesita árboles, salvo un par de naranjos escuálidos que difícilmente pueden prosperar en los inviernos mesetarios. A mediodía, desde mi esquina a la sombra, alzando los ojos del periódico, veo a la gente que se atreve a cruzar la plaza arriesgándose a un síncope, buscando a toda prisa el alivio de los soportales. Aparte de sus ventajas estéticas, el aparcamiento tiene la virtud práctica de atraer más tráfico hacia el centro de la ciudad, atascando las calles estrechas que llevan a él, algunas de las cuales están además levantadas gracias a la misma catástrofe de obras en gran medida innecesarias que azota al país entero. Algunos de los coches que hacen cola para entrar en el aparcamiento llevan las ventanillas abiertas y emiten a volumen sísmico una música de discoteca al parecer muy del agrado de los policías municipales que pastorean el tráfico.

En las noches calurosas, con los balcones abiertos, la música de los coches, los rugidos de las motos y la algarabía alcohólica del botellón animan las plazuelas y los callejones de mi barrio de San Lorenzo, que de otro modo estarían sumidas en un anticuado silencio. Iglesias y palacios se van hundiendo literalmente en el abandono mientras se tiran ríos de dinero cambiando sin ninguna necesidad antiguos pavimentos enlosados o empedrados por groseros baldosones de terrazo. Vuelvo a la hermosa plaza de Santa María y no puedo cruzar su limpia perspectiva porque está entera convertida en una zanja. Un amigo que vive en la ciudad me cuenta que los trabajadores, como no disponen de instalaciones con aseos, usan como urinario la fachada de la iglesia del Salvador.

En el curso de una generación se ha destruido para siempre lo que tardó siglos en hacerse. Lo que se está robando a quienes vengan detrás no es una memoria sentimental y un paisaje urbano que fue único, sino también una forma de disfrute de la vida y de prosperidad. Donde hubo perspectivas de huertas y de casas blancas que llamaban desde los caminos lejanos ahora hay bloques horrendos que se amontonan los unos sobre los otros para mayor beneficio de los constructores. Viajando por Europa uno descubre con envidia cómo en pueblos pequeños y en ciudades provinciales el cuidado en la preservación de lo más valioso del legado del tiempo es perfectamente compatible con el progreso tecnológico y tiene la ventaja práctica de hacer la vida más gustosa y crear una duradera riqueza: en España se empieza por arrasarlo todo. Cuanto más se alimentaban los orgullos locales y las lealtades vernáculas a lo largo de los últimos treinta años más impunemente se han destruido los paisajes. El orgullo local separado de la conciencia cívica es paletería, igual que el patriotismo sin ciudadanía es fanatismo. Se inventan pasados y se alimentan nostalgias rústicas al mismo tiempo que se impone la ignorancia y se borran las huellas del pasado verdadero, el que habría sido tan fértil para mejorar el porvenir.

Hace treinta años, en una de tantas idas y venidas, volví a mi ciudad para votar por primera vez en mi vida en unas elecciones municipales. Pensábamos que la democracia iba a traer a las ciudades un aire limpio de ilustración y racionalidad, espacios públicos rescatados del abandono y la roña franquista de los especuladores. Me paseo por Úbeda, entre zanjas y mugre, entre el deterioro de lo abandonado y la ostentación palurda de lo que no había necesidad de cambiar, me adhiero a una pared para que no me atropelle un coche con la música a todo volumen en una calle estrecha. Ya sé que en todas partes sucede lo mismo, que el gobierno de las ciudades españolas es un grosero catálogo de venalidad e incompetencia: pero sólo en ésta el escándalo político se me convierte en íntima desolación.

lunes, 15 de junio de 2009

Realidad de Educación. Artículo de Arturo Pérez-Reverte


PERMITIDME TUTEAROS, IMBÉCILES

Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros. Refraneros casticistas analfabetos de la derecha. Demagogos iletrados de la izquierda. Presidente de este Gobierno. Ex presidente del otro. Jefe de la patética oposición. Secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos. Ministros y ex ministros -aquí matizaré ministros y ministras- de Educación y Cultura. Consejeros varios. Etcétera. No quiero que acabe el mes sin mentaros -el tuteo es deliberado- a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años. De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad de enseñanza, y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.

Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana -que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural-, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña. Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico». O una ministra de Educación, la señora Cabrera , capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.

Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente -recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española-. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos»
Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p'alante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos. Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco , Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias , José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.
Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil, que un malvado.